Por Dolores Luna Yelizarov
Cuéntanos Mayte:
¿Desde cuando eres escritora y cómo te llegó la inspiración?
Empecé
a escribir novelas cuando apenas tenía 10 años, una completa osadía, pero es
cierto que desde tan temprana edad sentí la necesidad de poner por escrito las
historias que imaginaba. Al principio, obviamente lo que salía eran meros
aprendizajes, pero siempre ha estado presente en mi vida y ahora que soy adulta
mucho más.
¿Qué fue lo que te
impulsó a tomar el camino de las letras?
Crecí en una biblioteca. En mi pueblo abrieron un Centro Cultural y las
ventanas de la biblioteca daban a las de mi casa. Empecé a frecuentarla y
descubrí en los libros mundos maravillosos en los que sumergirme cada tarde,
cuando volvía del instituto. Fue así como empecé a tomar contacto con grandes
autores, y no solo a través de sus novelas impresas. En esta biblioteca había
siempre encuentros con escritores que resultaron muy inspiradores. Como te
decía, hacía años que escribía, pero no lo compartía con nadie, sentía mucho
pudor. Lo sabían en casa, pero no leían nada porque no lo permitía.
La primera vez que dejé leer algo mío fue por un regalo de cumpleaños que le
hice a una tía abuela. Cumplía 90 años y pensé que ya le habían hecho todos los
regalos posibles, así que se me ocurrió agarrar una grabadora y pedirle que me
contase su vida. En una hora me contó tan solo un pedazo, pero con ese material
escribí, en una noche, un relato sobre ella. Lo imprimí con formato de libro,
lo encuaderné y se lo regalé llegado el día.
¡Sin duda es un
regalo increíble!
La verdad es que
ese pequeño relato fue de mano en mano, sorprendiéndome con las críticas, y es
el germen de lo que luego sería La
arena del reloj. Mi padre me dijo que teníamos que hacer algo así cuando se
jubilara, pero no pudo ser tal como planeamos porque la vida nos dio un
empujón: enfermó de cáncer y eso aceleró la escritura de ese libro. En realidad
yo solo quería que ninguno pesáramos porque sabíamos que aquella historia tenía
el final escrito. Todo esto sucedió entre 2005 y 2006.
Prácticamente la
vida te puso la escritura como obsequio…
Si, sin embargo, no fue hasta 2008, cuando ya tenía 38 años, cuando me decidí a
dar el paso de presentar un relato a un concurso. Lo sorprendente en ese
momento para mí fue que gané un premio y eso me hizo seguir perdiendo el miedo.
Lo que había escrito hasta ese momento solo lo había compartido con la familia
y pensaba que sus comentarios entusiastas tenían mucho que ver con el cariño
que me tienen. El premio fue, ante todo, bajar el nivel de ese recelo y la
motivación que surgió después de ganar otro concurso, que tenía emparejada una
pequeña dotación económica, me empujó a probar con la autoedición.
En una página norteamericana, Lulu, maqueté La arena del reloj e hice un pedido
de cuatro ejemplares. Esos empezaron a prestarse y tuve que hacerme con más,
porque el boca oreja funcionó. Yo quería que hubiera un ejemplar en la
biblioteca en la que crecí, así que lo llevé. Al leerlo, la bibliotecaria me
pidió que organizásemos una charla sobre autoedición. Ella intuía que era un
fenómeno que iba a dar mucho que hablar. Como en realidad yo no había hecho una
autoedición en regla, sino más bien a demanda, me decidí a documentarme bien. ¿Cómo?
Pues empezando las cosas desde el principio.
¿Qué pasó después
de ver tu libro, no sólo en papel, sino en las manos de lectores?
Fue sorprendente y desconcertante.
¡Sin duda tu talento fue descubierto!
En 2011 Amazon llegó a España y algunos
autores se atrevieron a subir sus libros. Yo, que hacía tiempo que analizaba
este fenómeno desde El
espejo de la entrada, pensé que quizá era una buena ocasión para ponerme a
prueba de verdad y en marzo de 2012 subí El
medallón de la magia. Luego pensé que todas las novelas deberían estar en
la misma plataforma y en ese verano las puse todas juntas. No esperaba para
nada la respuesta del público. Todas, sin excepción, han sido número uno en sus
categorías en más de una ocasión.
En
2013, en febrero, Detrás
del cristal, mi cuarta novela, marcó un antes y un después. Quince días
después de subir el archivo, no solo estaba entre las diez más vendidas en
España sino que en mi mesa se acumulaban ofertas editoriales que tuve que
valorar. Me decidí por Ediciones B y desde julio de ese año formo parte de su
catálogo de autores. La novela ha estado en todas las librerías de España y
hace poco inició su camino por Latinoamérica. En Amazon llegué a ocupar el
número dos, algo que me parecía un sueño imposible.
Un
sueño detrás de mucho trabajo…
Ya
ves, poco a poco, paso a paso y sin seguir el camino que se suponía marcado,
acabé llegando al lugar que me tenía reservado el destino. Ahora ya he
publicado la quinta novela, Brianda,
la continuación de El medallón de la magia.
¿Cómo hiciste para
reconocer que podías hacer de las letras tu bandera?
Escribir me nace. Como te he explicado, llegar donde estoy no fue un plan
trazado de antemano, sino que fui siguiendo mis propios pasos. Es verdad que en
este proceso ha habido constancia, que no he abandonado en ningún momento. Me
he dejado llevar, pero a la vez he ido poniendo todo de mi parte por aprender
de todo lo que me estaba sucediendo.
Hay
autores que gustan de describir lugares, o personas, tú describes emociones y
haces que tus lectores las sientan ¿por qué y cómo decidiste compartir
emociones?
En
mis historias el diálogo tiene mucho peso porque así el lector puede tomar
decisiones sobre cómo es cada personaje. Puede entender por qué se comporta de
esta o de aquella manera sin ser condicionado por mí. Eso provoca que a veces
me sorprendan mucho las interpretaciones que hacen de cada uno de ellos.
Lo que sí tienen es cierto que tienen todas en común es que suelo usar
detonantes de la historia bastante chocantes. En Detrás del cristal, el
comportamiento de la protagonista no solo es atípico, sino que supone que el
lector se posicione contra ella (sobre todo si el lector es madre) porque lo
que hace no está bien, es una completa locura. Yo buscaba con ello que, cuando
alguien se acercase a la historia pensara en qué haría. Es una situación
desesperada que encubre problemas muy serios que están a la orden del día. Si
avanzas leyendo, esa sensación de que lo que ha hecho está muy mal se va
diluyendo porque la vas entendiendo, aunque pienses que jamás actuarías como
ella lo hizo. El haber elegido un tono de comedia para algo tan serio fue algo
que valoré mucho. Poco a poco, la historia pierde ligereza y gana en
profundidad, y lo que parecía un caramelo dulce acaba teniendo un sabor amargo
porque te pone en la tesitura de plantearte qué habrías hecho tú. Y descubres
que no es tan sencillo tomar decisiones cuando estás desesperado.
Creo que las emociones nos hacen aprender tanto como los razonamientos.
Me gustaría en
este momento cambiar un poco la idea. Se dice que hay la mayoría de la gente no
lee, que la industria editorial está en detrimento, con esto en
perspectiva ¿cómo es que te animas no sólo a escribir, sino a publicar?
Porque no perdía nada por intentarlo. No pretendía salir de mi círculo y me
servía para darle un formato digno al libro que había servido de disparador de
todo esto, que fue La arena del reloj, un libro que por su temática es el más
especial que tengo. Después, la llegada de Amazon y una frase que yo misma
había escrito en Detrás del cristal me convencieron de que podía: “Está
permitido equivocarse. Lo cobarde es no intentarlo”. Y lo intenté. Hoy puedo
decir, orgullosa, que tengo lectores desde muchos rincones del planeta que se
sienten bien al leer mis historias. Eso es más que gratificante.
¿Cómo crees que
sería el mundo sin las letras o sin la palabra?
Somos palabras. Nos distinguimos del resto de animales por muchas cosas pero
sin duda lo que marcó una diferencia fue precisamente que desarrolláramos los
mecanismos para comunicarnos. Con las palabras fuimos transmitiendo
conocimientos, emociones, valores y de ellas estoy segura que dependió en gran
medida nuestra supervivencia como especie. Las palabras tienen el poder de
cambiar el mundo y de mejor manera que la fuerza.
Si pudieras
diseñar una escuela y tuvieras todos los recursos para hacer de ese espacio
exactamente lo que tú crees que debe ser una escuela, ¿Qué le pondrías?
Creo que el espacio físico es lo primero que modificaría. Esas mesas mirando
todas a una pizarra no me gustan nada. Tuve la suerte en la Universidad de
hacer los dos últimos cursos en un grupo tan reducido como que solo éramos diez
alumnos y, al ser la especialidad Geografía y necesitar espacio para extender
mapas, colocamos las mesas formando una más amplia. Nos sentábamos alrededor y
nadie, ni siquiera el profesor, ocupaba un lugar predominante. Era un espacio
de diálogo y cuando la clase terminaba, además de que se había hecho muy corta,
sentías que habías aprendido mucho. No eran clases de escuchar sin más, sino de
compartir impresiones.
Tuve una profesora que nos dijo un día que memorizar datos que se pueden
consultar no tenía sentido. Más en una especialidad como la mía. ¿De qué te
sirve perder tu tiempo en saber, por ejemplo, cuántos habitantes tiene Chicago
si mañana ya no serán los mismos? Eso es algo que puedes buscar en un momento
determinado. Pero saber por qué crecen o disminuyen, eso es lo interesante. En
eso me centraría, en analizar lo que provoca los cambios, en los procesos más
que en lo cuantificable.
Tendría que ser un lugar con acceso a libros y a nuevas tecnologías y donde se
hablase mucho y se escuchase al alumno. Creo que hay profesores que se olvidan
a menudo de escuchar a quien enseñan y se aprende tanto o más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario