jueves, 12 de febrero de 2015

Mirando a través de las palabras que susurran emociones



Por Dolores Luna Yelizarov
En esta ocasión estamos de manteles largos pues el centro de asesorías y tutorías tiene el honor de conocer a una escritora Española que ha llenado de emoción a muchos y sus libros en este momento están literalmente tomando América Latina. Ella escribe novelas que están repletas de la esencia humana. Su nombre es Mayte Esteban y nos ha regalado no sólo su tiempo, sino un poco de ella misma, y ante eso primero nos gustaría conocer un poco de ella.

Cuéntanos Mayte: ¿Desde cuando eres escritora y cómo te llegó la inspiración?
      Empecé a escribir novelas cuando apenas tenía 10 años, una completa osadía, pero es cierto que desde tan temprana edad sentí la necesidad de poner por escrito las historias que imaginaba. Al principio, obviamente lo que salía eran meros aprendizajes, pero siempre ha estado presente en mi vida y ahora que soy adulta mucho más. 


¿Qué fue lo que te impulsó a tomar el camino de las letras?
         Crecí en una biblioteca. En mi pueblo abrieron un Centro Cultural y las ventanas de la biblioteca daban a las de mi casa. Empecé a frecuentarla y descubrí en los libros mundos maravillosos en los que sumergirme cada tarde, cuando volvía del instituto. Fue así como empecé a tomar contacto con grandes autores, y no solo a través de sus novelas impresas. En esta biblioteca había siempre encuentros con escritores que resultaron muy inspiradores. Como te decía, hacía años que escribía, pero no lo compartía con nadie, sentía mucho pudor. Lo sabían en casa, pero no leían nada porque no lo permitía.
         La primera vez que dejé leer algo mío fue por un regalo de cumpleaños que le hice a una tía abuela. Cumplía 90 años y pensé que ya le habían hecho todos los regalos posibles, así que se me ocurrió agarrar una grabadora y pedirle que me contase su vida. En una hora me contó tan solo un pedazo, pero con ese material escribí, en una noche, un relato sobre ella. Lo imprimí con formato de libro, lo encuaderné y se lo regalé llegado el día. 

¡Sin duda es un regalo increíble!
La verdad es que ese pequeño relato fue de mano en mano, sorprendiéndome con las críticas, y es el germen de lo que luego sería La arena del reloj. Mi padre me dijo que teníamos que hacer algo así cuando se jubilara, pero no pudo ser tal como planeamos porque la vida nos dio un empujón: enfermó de cáncer y eso aceleró la escritura de ese libro. En realidad yo solo quería que ninguno pesáramos porque sabíamos que aquella historia tenía el final escrito. Todo esto sucedió entre 2005 y 2006.

Prácticamente la vida te puso la escritura como obsequio…
     
Si, sin embargo, no fue hasta 2008, cuando ya tenía 38 años, cuando me decidí a dar el paso de presentar un relato a un concurso. Lo sorprendente en ese momento para mí fue que gané un premio y eso me hizo seguir perdiendo el miedo. Lo que había escrito hasta ese momento solo lo había compartido con la familia y pensaba que sus comentarios entusiastas tenían mucho que ver con el cariño que me tienen. El premio fue, ante todo, bajar el nivel de ese recelo y la motivación que surgió después de ganar otro concurso, que tenía emparejada una pequeña dotación económica, me empujó a probar con la autoedición.
         
En una página norteamericana, Lulu, maqueté La arena del reloj e hice un pedido de cuatro ejemplares. Esos empezaron a prestarse y tuve que hacerme con más, porque el boca oreja funcionó. Yo quería que hubiera un ejemplar en la biblioteca en la que crecí, así que lo llevé. Al leerlo, la bibliotecaria me pidió que organizásemos una charla sobre autoedición. Ella intuía que era un fenómeno que iba a dar mucho que hablar. Como en realidad yo no había hecho una autoedición en regla, sino más bien a demanda, me decidí a documentarme bien. ¿Cómo? Pues empezando las cosas desde el principio.

¿Qué pasó después de ver tu libro, no sólo en papel, sino en las manos de lectores?

Busqué una de las novelas que escribí muy joven, de hecho la única que estaba terminada (entonces, cuando me cansaba, dejaba las novelas a medias). La leí, la cambié un poco porque la vida también había cambiado desde que la escribí, e hice todos los trámites legales con ella. Fue Su chico de alquiler, una novela juvenil que, a pesar de lo que pueda sugerir el título es muy light; una simple diversión. Di la charla y después dejé las dos novelas gratis en la red. No esperaba que sucediera nada, pero un día me encontré con que me habían hecho una reseña en un blog de México de esta novela. A los pocos días, también de La arena del reloj. Mi blog empezó a recibir visitas y seguidores; me di cuenta de que, aunque fuera para mí todo un hobby, la gente consideraba mis historias novelas, y a mí escritora.

         Fue sorprendente y desconcertante.

         ¡Sin duda tu talento fue descubierto!
    
En 2011 Amazon llegó a España y algunos autores se atrevieron a subir sus libros. Yo, que hacía tiempo que analizaba este fenómeno desde El espejo de la entrada, pensé que quizá era una buena ocasión para ponerme a prueba de verdad y en marzo de 2012 subí El medallón de la magia. Luego pensé que todas las novelas deberían estar en la misma plataforma y en ese verano las puse todas juntas. No esperaba para nada la respuesta del público. Todas, sin excepción, han sido número uno en sus categorías en más de una ocasión.

En 2013, en febrero, Detrás del cristal, mi cuarta novela, marcó un antes y un después. Quince días después de subir el archivo, no solo estaba entre las diez más vendidas en España sino que en mi mesa se acumulaban ofertas editoriales que tuve que valorar. Me decidí por Ediciones B y desde julio de ese año formo parte de su catálogo de autores. La novela ha estado en todas las librerías de España y hace poco inició su camino por Latinoamérica. En Amazon llegué a ocupar el número dos, algo que me parecía un sueño imposible.

Un sueño detrás de mucho trabajo…
Ya ves, poco a poco, paso a paso y sin seguir el camino que se suponía marcado, acabé llegando al lugar que me tenía reservado el destino. Ahora ya he publicado la quinta novela, Brianda, la continuación de El medallón de la magia.

¿Cómo hiciste para reconocer que podías hacer de las letras tu bandera?

         Escribir me nace. Como te he explicado, llegar donde estoy no fue un plan trazado de antemano, sino que fui siguiendo mis propios pasos. Es verdad que en este proceso ha habido constancia, que no he abandonado en ningún momento. Me he dejado llevar, pero a la vez he ido poniendo todo de mi parte por aprender de todo lo que me estaba sucediendo.

Hay autores que gustan de describir lugares, o personas, tú describes emociones y haces que tus lectores las sientan ¿por qué y cómo decidiste compartir emociones?

       
  No sé. Cuando me planteo empezar una historia nunca uso el recurso típico de contarle al lector cómo es físicamente un personaje, salvo grandes rasgos. Dejo que hablen y, a través de sus palabras, cada lector va componiendo una idea de cómo son. Creo que pasa igual en la vida. Cuando conoces a alguien, evidentemente lo primero que ves es su físico pero, hasta que no compartes una conversación no te haces a la idea de cómo es. Quizá por eso me centro más en las emociones que vive cada personaje. Intento ponerme en su lugar, pensar qué haría (o a veces qué no haría) y lo narro desde ese punto de vista.

En mis historias el diálogo tiene mucho peso porque así el lector puede tomar decisiones sobre cómo es cada personaje. Puede entender por qué se comporta de esta o de aquella manera sin ser condicionado por mí. Eso provoca que a veces me sorprendan mucho las interpretaciones que hacen de cada uno de ellos.


         Lo que sí tienen es cierto que tienen todas en común es que suelo usar detonantes de la historia bastante chocantes. En Detrás del cristal, el comportamiento de la protagonista no solo es atípico, sino que supone que el lector se posicione contra ella (sobre todo si el lector es madre) porque lo que hace no está bien, es una completa locura. Yo buscaba con ello que, cuando alguien se acercase a la historia pensara en qué haría. Es una situación desesperada que encubre problemas muy serios que están a la orden del día. Si avanzas leyendo, esa sensación de que lo que ha hecho está muy mal se va diluyendo porque la vas entendiendo, aunque pienses que jamás actuarías como ella lo hizo. El haber elegido un tono de comedia para algo tan serio fue algo que valoré mucho. Poco a poco, la historia pierde ligereza y gana en profundidad, y lo que parecía un caramelo dulce acaba teniendo un sabor amargo porque te pone en la tesitura de plantearte qué habrías hecho tú. Y descubres que no es tan sencillo tomar decisiones cuando estás desesperado.


         Creo que las emociones nos hacen aprender tanto como los razonamientos.

Me gustaría en este momento cambiar un poco la idea. Se dice que hay la mayoría de la gente no lee, que la industria editorial está en detrimento,  con esto en perspectiva ¿cómo es que te animas no sólo a escribir, sino a publicar?

         Porque no perdía nada por intentarlo. No pretendía salir de mi círculo y me servía para darle un formato digno al libro que había servido de disparador de todo esto, que fue La arena del reloj, un libro que por su temática es el más especial que tengo. Después, la llegada de Amazon y una frase que yo misma había escrito en Detrás del cristal me convencieron de que podía: “Está permitido equivocarse. Lo cobarde es no intentarlo”. Y lo intenté. Hoy puedo decir, orgullosa, que tengo lectores desde muchos rincones del planeta que se sienten bien al leer mis historias. Eso es más que gratificante.

¿Cómo crees que sería el mundo sin las letras o sin la palabra?

        Somos palabras. Nos distinguimos del resto de animales por muchas cosas pero sin duda lo que marcó una diferencia fue precisamente que desarrolláramos los mecanismos para comunicarnos. Con las palabras fuimos transmitiendo conocimientos, emociones, valores y de ellas estoy segura que dependió en gran medida nuestra supervivencia como especie. Las palabras tienen el poder de cambiar el mundo y de mejor manera que la fuerza.

Si pudieras diseñar una escuela y tuvieras todos los recursos para hacer de ese espacio exactamente lo que tú crees que debe ser una escuela, ¿Qué le pondrías?

         Creo que el espacio físico es lo primero que modificaría. Esas mesas mirando todas a una pizarra no me gustan nada. Tuve la suerte en la Universidad de hacer los dos últimos cursos en un grupo tan reducido como que solo éramos diez alumnos y, al ser la especialidad Geografía y necesitar espacio para extender mapas, colocamos las mesas formando una más amplia. Nos sentábamos alrededor y nadie, ni siquiera el profesor, ocupaba un lugar predominante. Era un espacio de diálogo y cuando la clase terminaba, además de que se había hecho muy corta, sentías que habías aprendido mucho. No eran clases de escuchar sin más, sino de compartir impresiones.
      
   Tuve una profesora que nos dijo un día que memorizar datos que se pueden consultar no tenía sentido. Más en una especialidad como la mía. ¿De qué te sirve perder tu tiempo en saber, por ejemplo, cuántos habitantes tiene Chicago si mañana ya no serán los mismos? Eso es algo que puedes buscar en un momento determinado. Pero saber por qué crecen o disminuyen, eso es lo interesante. En eso me centraría, en analizar lo que provoca los cambios, en los procesos más que en lo cuantificable. 

         Tendría que ser un lugar con acceso a libros y a nuevas tecnologías y donde se hablase mucho y se escuchase al alumno. Creo que hay profesores que se olvidan a menudo de escuchar a quien enseñan y se aprende tanto o más.


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