Por Valeria Galván Celis
Facultad de Música, UNAM
La música y el
lenguaje han sido objeto de estudio desde muchas áreas de conocimiento, algunos
opinan que ha sido su historia evolutiva lo que los lleva a pensar que esta
relación es muy longeva y estrecha, para López Cano (2008), ambos son
objetos culturales y artefactos producidos por el ser humano para comunicar e
interpretar el mundo. Se considera que
tienen un origen común y que evolucionaron de forma paralela; además
tanto el lenguaje como la música corresponden a dos grandes aparatos
modernizadores de las habilidades simbólicas fundamentales en el ser humano,
ambos han servido para el ascenso del homo sapiens como la especie más exitosa
de los seres vivos porque logran la expansión de los mecanismos simbólicos que
han dotado de las mejores posibilidades para apropiarse de lo terreno.
De acuerdo con
Dzib Goodin (2013) en términos de historia de la evolución humana, el lenguaje
es un proceso que requiere de la audición para el reconocimiento diferenciado
del alfabeto del idioma materno, esto implicó que el desarrollo de la audición
y los primeros rasgos acústicos fueron medio-ambientales, se comenzaron a
diferenciar los distintos sonidos como la lluvia, el canto de los pájaros o
sonidos animales salvajes que con muchos años llevaron a la conquista del
lenguaje, lo que significó un trofeo del homo sapiens.
Con estas
similitudes acústicas los etólogos comienzan a
asociar el comportamiento con la evolución, es decir, tratan de dar una
explicación plausible de cómo el comportamiento sería adaptativo a determinadas
circunstancias o contextos. De tal forma que la música y el lenguaje
corresponderían a comportamientos evolutivos de acuerdo a las necesidades
contextuales (Huron, citado en Peretz y Zatorre, 2007).
Ante esto, un número de psicólogos
antropológicos sugieren que el lenguaje e incluso la música evolucionaron como
sustitutos de la vinculación social. Si la música es una adaptación evolutiva,
es probable que tenga una génesis compleja. Cualquier adaptación musical es
probable que se construya en otras adaptaciones que se podrían describir como
premusicales o protomusicales. Por otro lado, la música puede representar
varias adaptaciones y estas adaptaciones pueden implicar patrones coevolutivos
complejos con la cultura. La evolución prosigue mediante la selección de rasgos
que son de adaptación al ambiente de un organismo. Por ejemplo, Huron (citado
en Peretz y Zatorre, 2007) expone esta idea al referir que la evolución no
originó una labor altruista, en vez de eso dado cierto ambiente, la selección
natural favorece a los individuos que presentaban ciertos rasgos altruistas. La
evolución no dicta la conducta, selecciona sólo aquellos comportamientos que
tiene un componente genético. Esto lleva a reflexionar sobre qué lleva al ser
humano a crear música y con qué fines adaptativos lo hace.
Es a partir del Siglo XX que
la psicología cognitiva comienza a interesarse por el estudio de la música, la
reconoce como un medio de estudio de la percepción, memoria, atención e
interpretación; a su vez, la neurociencia cognitiva comienza a explorar los
mecanismos neurales involucrados en la percepción y la producción de la música
ya que se observó que la música realizaba demandas únicas al sistema nervioso.
Además se experimentaron paradigmas cognitivos que permitían tener avances y
entender los efectos de la música principalmente en personas con lesiones
cerebrales (Peretz y Zatorre, 2007).
De acuerdo con Pertez y
Zatorre (2007), con el surgimiento de nuevas técnica a partir de los años 80, fue posible sondear la mente de las personas
con Técnicas de Neuroimagen, Imagen por Resonancia Magnética Funcional
(IRMf) y Magnetoencefalograma (MEG). Lo que
permitía tener una mejor comprensión de los sustratos neurales subyacentes de
las funciones mentales en el desempeño de tareas específicas que abarcaban
dominios como el lenguaje y la música, incluso psicólogos evolutivos exploraron
avances con estas técnicas.
Gracias a los avances en
técnicas de neuroimagen, se encontró que la música se relacionaba con diferentes
dominios cerebrales y por tanto conformaba una herramienta ideal para
comprender el funcionamiento del cerebro humano. Se encontró que las funciones
cognitivas superiores en la música tenían incluso, similitudes y diferencias
con el lenguaje; pues se halló que existen canales neuronales separados y con
una localización específica para la percepción de elementos temporales,
melódicos, memorísticos y respuesta emocional (Peretz y coltheart, citados en
Justel y Díaz Abrahan, 2012).
Así, la música como el
lenguaje se distinguieron por ser actividades asociadas a una arquitectura
cerebral específica y se reconoce una gran actividad del sistema sensorio motor
involucrado en ambos procesos (Justel y Díaz Abrahan, 2012).
Desde la neuropsicología
se exploran también, las funciones del procesamiento de la música y lenguaje,
con la idea de la modularidad de las funciones musicales, se consideraba que cada
módulo correspondía a un dispositivo computacional especializado, dedicado a la
ejecución de alguna función biológicamente importante; basados en la teoría de
Fodor (García y Carpintero, 2000) la arquitectura funcional de la mente estaba conformada
por módulos especializados en percibir y procesar informaciones pertenecientes
a dominios específicos, ya fueran sonidos verbales, musicales, etc. Este
concepto fue aplicado a la música, por el grupo de Peretz y Zatorre (2007), quienes
demostraron el fraccionamiento neuropsicológico de las diferentes funciones
submusicales en pacientes después de una lesión, conformados por patrones
específicos encargadas del procesamiento de la música. Fue posible observar que
las estructuras de tiempo parecían estar procesadas por el lóbulo temporal
izquierdo, mientras que las estructuras de tono, podrían estar procesadas
principalmente en las redes del lóbulo temporal derecho las cuáles correspondía
a áreas cerebrales específicas.
A partir de estos hallazgos
la visión de la música va ampliándose, para Kivy (1990) la música está profundamente
relacionada con los procesos cognitivos, explica que la música, es un objeto de la percepción y la
cognición cuyo entendimiento se abre a la apreciación.
Al respecto, Altenmüller
(citado en Peretz y Zatorre, 2007) considera que la música no es una mera
estructura acústica que se desarrolla en el tiempo, sino un complejo conjunto
de operaciones perceptivas y cognitivas representadas en el Sistema Nervioso
Central. Estas operaciones actúan independientemente y se integran a las
experiencias previas con la ayuda de sistemas de memoria, lo cual permite
percibir o sentir una especie de significado mientras se escucha determinada
música.
Los estudios que se
llevaron a cabo principalmente estaban destinados a conocer el procesamiento y
percepción de la música, y se diseñaban para conocer las áreas cerebrales que se activaban
en dichos procesos. Se distinguieron los efectos de la experiencia musical en diferentes
niveles: en las diferencias anatómicas entre músicos profesionales y no
músicos; a las diferencias funcionales sutiles después de la formación musical
que se encuentran en estudios de neuroimagen y la capacidad de aprender y
memorizar una melodía simple, todas estas como formas de expresión de la
capacidad del cerebro de cambiar con la experiencia musical (Rauschecker citado en
Peretz y Zatorre, 2012).
Con
estos antecedentes neuro-anatómicos, se destaca la importancia de la relación
de la
música con diversos dominios cognitivos complejos como el lenguaje y la lectura
y por tanto, se ha utilizado como una herramienta ideal para conocer el
funcionamiento del cerebro humano. Sobre esta idea, Galván Celis, Pechonkina, Slovec y Dzib Goodin (2014) consideran que el cerebro tiene una capacidad
adaptativa, los circuitos anatómicos se emplean al realizar tareas coordinadas
entre dos o más idiomas, se puntualiza que el proceso cognitivo crea mecanismos
que le permiten alternar tareas con el fin de responder de manera efectiva ante
las necesidades del medio.
De esta
manera por medio de investigaciones se tratan de explicar los efectos de
entrenamiento con música a corto y largo plazo que permiten conocer la forma en
que el cerebro humano está constantemente reorganizándose cuando se enfrenta a
nuevas demandas o influencias ambientales determinadas (Pantev & Herholz,
citados en Justel y Diaz Abrahan, 2012).
Justel y
Díaz Abrahan (2012) explican lo anterior cuando definen la plasticidad como la
capacidad del cerebro de modificarse para responder a nuevos estímulos o retos,
de manera clara y sencilla, se puede decir que mientras hay plasticidad, se
aprende y ésta se debe a procesos adaptativos fruto de la estimulación ambiental. Lo anterior es una fuerte razón para explicar
cómo la formación musical desarrolla plasticidad cerebral en las personas para
la adquisición de habilidades tanto musicales como lingüísticas y de lectura.
Es por esto que las
actividades musicales se han considerado como un producto de la cultura humana,
como un artefacto cultural y una clave para la comprensión biológica de las
funciones cognitivas humanas (Zatorre y Peretz, 2007).
Debido a esto, algunas
comparaciones existentes entre la música y el lenguaje corresponden a la
relación entre sus componentes: la fonología, sintáxis, semántica, incluso
existen paralelismos entre las estructuras musicales, las estructuras
fonológicas y prosódicas del lenguaje, estas similitudes consisten en que ambas
corresponden a sonidos organizados en el tiempo. Además, tanto en la música
como en el lenguaje existen estructuras de agrupación, que van desde las
unidades básicas, en el lenguaje, las letras que conforman palabras, las
palabras que a su vez se integran a las frases y luego versos; y en la música, está
jerarquizada en notas, frases, motivos y secciones (Fred Lerdahl, citado en
Pertz y Zatorre, 2007).
Se ha encontrado incluso
que la sintáxis musical, es decir, el procesamiento estructural de la música se
procesa en los lóbulos frontales de ambos hemisferios y las áreas adyacentes a
las regiones que procesan la sintáxis del habla (Justel y Díaz Abrahan, 2012).
Al respecto
Tierney y Krauss (2013) consideran que al hacer música se fortalecen otras
funciones cerebrales no musicales, entre estas se encuentran: la memoria, el
lenguaje, la atención, emoción vocal, lectura, percepción del habla en ruido,
etc. Debido a la relación con los elementos entre la música y el lenguaje de
tono, timbre y ritmo se dice que los músicos tienen una mejor codificación
neural en el procesamiento de los sonidos del habla. Se puede
decir que el entrenamiento musical no sólo está limitado a desarrollar
habilidades musicales sino que se extienden a las competencias lingüísticas,
así como habilidades de adquisición de la lectura entre éstas se encuentran: la
conciencia fonológica, percepción del habla en el ruido, percepción del ritmo,
memoria auditiva de trabajo y habilidades para aprender patrones de sonidos.
Todas éstas están ligadas a la experiencia de la música, comparten una
dependiencia de sincronía neural a nivel auditivo y se dice que la música puede
mejorar las habilidades de lectura y habilidades del lenguaje y lectura.
De
acuerdo con Tierney Krauss (2013) la formación musical mejora las habilidades
lingüísticas y de lectura debido a los vínculos que guardan con una base
biológica y evolutiva entre el lenguaje y la música. Se sugiere que a partir de
esta relación, el entrenamiento musical o el uso de estrategias musicales podrían
proporcionar una estrategia educativa de desarrollo eficaz para los niños
incluso los que tienen problemas de aprendizaje.
Referencias:
Dzib Goodin, A. (2013). La arquitectura cerebral como responsable del
proceso de aprendizaje. Revista Mexicana
de Neurociencia, 14(2), 81-85.
Galvan Celis, V.,
Pechonkina, I., Slovec, K., Dzib Goodin,, A. (2014) Efectos cognitivos del
bilingüismo coordinado en ambientes contextuales. En prensa.
García, E. Carpintero, H. (2000). La
modularidad de la Mente: Aproximación multidisciplinar. Revista de Psicología
General y Aplicada. 53 (4). Pp. 609-631. Universidad Complutense.
Justel, N. y Diaz Abrahan, V. (2012). Plasticidad
Cerebral: Participación del entrenamiento musical. Suma Psicológica. 19 (2). Pp. 97-108. Colombia Bogotá.
López Cano, R. (2008). Música y retórica:
encuentro y desencuentros de la música y el lenguaje. Revista Eufonía. Didáctica de la música. 43. 87-99.
Kivy,
P. (2007). Music, Language, and Cognition. Oxford University Press. Geat
Britain.
Tierney, A., Kraus, N. Music Training for the Develoment
of Reading Skills. In M. Merzenich, M., Nahum, M & Van Vleet, T. (2013).
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Peretz,
I y Zatorre, R. (2007). The cognitive Neuroscience of Music. Oxford University
Press. Great Britain.
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