martes, 24 de febrero de 2015

La relación entre la música y el lenguaje


Por Valeria Galván Celis
Facultad de Música, UNAM
La música y el lenguaje han sido objeto de estudio desde muchas áreas de conocimiento, algunos opinan que ha sido su historia evolutiva lo que los lleva a pensar que esta relación es muy longeva y estrecha, para López Cano (2008), ambos son objetos culturales y artefactos producidos por el ser humano para comunicar e interpretar el mundo. Se considera que  tienen un origen común y que evolucionaron de forma paralela; además tanto el lenguaje como la música corresponden a dos grandes aparatos modernizadores de las habilidades simbólicas fundamentales en el ser humano, ambos han servido para el ascenso del homo sapiens como la especie más exitosa de los seres vivos porque logran la expansión de los mecanismos simbólicos que han dotado de las mejores posibilidades para apropiarse de lo terreno.

De acuerdo con Dzib Goodin (2013) en términos de historia de la evolución humana, el lenguaje es un proceso que requiere de la audición para el reconocimiento diferenciado del alfabeto del idioma materno, esto implicó que el desarrollo de la audición y los primeros rasgos acústicos fueron medio-ambientales, se comenzaron a diferenciar los distintos sonidos como la lluvia, el canto de los pájaros o sonidos animales salvajes que con muchos años llevaron a la conquista del lenguaje, lo que significó un trofeo del homo sapiens.

Con estas similitudes acústicas los etólogos comienzan a asociar el comportamiento con la evolución, es decir, tratan de dar una explicación plausible de cómo el comportamiento sería adaptativo a determinadas circunstancias o contextos. De tal forma que la música y el lenguaje corresponderían a comportamientos evolutivos de acuerdo a las necesidades contextuales (Huron, citado en Peretz y Zatorre, 2007).

Ante esto, un número de psicólogos antropológicos sugieren que el lenguaje e incluso la música evolucionaron como sustitutos de la vinculación social. Si la música es una adaptación evolutiva, es probable que tenga una génesis compleja. Cualquier adaptación musical es probable que se construya en otras adaptaciones que se podrían describir como premusicales o protomusicales. Por otro lado, la música puede representar varias adaptaciones y estas adaptaciones pueden implicar patrones coevolutivos complejos con la cultura. La evolución prosigue mediante la selección de rasgos que son de adaptación al ambiente de un organismo. Por ejemplo, Huron (citado en Peretz y Zatorre, 2007) expone esta idea al referir que la evolución no originó una labor altruista, en vez de eso dado cierto ambiente, la selección natural favorece a los individuos que presentaban ciertos rasgos altruistas. La evolución no dicta la conducta, selecciona sólo aquellos comportamientos que tiene un componente genético. Esto lleva a reflexionar sobre qué lleva al ser humano a crear música y con qué fines adaptativos lo hace.

Es a partir del Siglo XX que la psicología cognitiva comienza a interesarse por el estudio de la música, la reconoce como un medio de estudio de la percepción, memoria, atención e interpretación; a su vez, la neurociencia cognitiva comienza a explorar los mecanismos neurales involucrados en la percepción y la producción de la música ya que se observó que la música realizaba demandas únicas al sistema nervioso. Además se experimentaron paradigmas cognitivos que permitían tener avances y entender los efectos de la música principalmente en personas con lesiones cerebrales (Peretz y Zatorre, 2007).

De acuerdo con Pertez y Zatorre (2007), con el surgimiento de nuevas técnica a partir de los años 80,  fue posible sondear la mente de las personas con Técnicas de Neuroimagen, Imagen por Resonancia Magnética Funcional (IRMf)  y Magnetoencefalograma (MEG). Lo que permitía tener una mejor comprensión de los sustratos neurales subyacentes de las funciones mentales en el desempeño de tareas específicas que abarcaban dominios como el lenguaje y la música, incluso psicólogos evolutivos exploraron avances con estas técnicas.

Gracias a los avances en técnicas de neuroimagen, se encontró que la música se relacionaba con diferentes dominios cerebrales y por tanto conformaba una herramienta ideal para comprender el funcionamiento del cerebro humano. Se encontró que las funciones cognitivas superiores en la música tenían incluso, similitudes y diferencias con el lenguaje; pues se halló que existen canales neuronales separados y con una localización específica para la percepción de elementos temporales, melódicos, memorísticos y respuesta emocional (Peretz y coltheart, citados en Justel y Díaz Abrahan, 2012).

Así, la música como el lenguaje se distinguieron por ser actividades asociadas a una arquitectura cerebral específica y se reconoce una gran actividad del sistema sensorio motor involucrado en ambos procesos (Justel y Díaz Abrahan, 2012).

Desde la neuropsicología se exploran también, las funciones del procesamiento de la música y lenguaje, con la idea de la modularidad de las funciones musicales, se consideraba que cada módulo correspondía a un dispositivo computacional especializado, dedicado a la ejecución de alguna función biológicamente importante; basados en la teoría de Fodor (García y Carpintero, 2000) la arquitectura funcional de la mente estaba conformada por módulos especializados en percibir y procesar informaciones pertenecientes a dominios específicos, ya fueran sonidos verbales, musicales, etc. Este concepto fue aplicado a la música, por el grupo de Peretz y Zatorre (2007), quienes demostraron el fraccionamiento neuropsicológico de las diferentes funciones submusicales en pacientes después de una lesión, conformados por patrones específicos encargadas del procesamiento de la música. Fue posible observar que las estructuras de tiempo parecían estar procesadas por el lóbulo temporal izquierdo, mientras que las estructuras de tono, podrían estar procesadas principalmente en las redes del lóbulo temporal derecho las cuáles correspondía a áreas cerebrales específicas.

A partir de estos hallazgos la visión de la música va ampliándose, para Kivy (1990) la música está profundamente relacionada con los procesos cognitivos, explica que la  música, es un objeto de la percepción y la cognición cuyo entendimiento se abre a la apreciación. 

Al respecto, Altenmüller (citado en Peretz y Zatorre, 2007) considera que la música no es una mera estructura acústica que se desarrolla en el tiempo, sino un complejo conjunto de operaciones perceptivas y cognitivas representadas en el Sistema Nervioso Central. Estas operaciones actúan independientemente y se integran a las experiencias previas con la ayuda de sistemas de memoria, lo cual permite percibir o sentir una especie de significado mientras se escucha determinada música.

Los estudios que se llevaron a cabo principalmente estaban destinados a conocer el procesamiento y percepción de la música, y se diseñaban  para  conocer las áreas cerebrales que se activaban en dichos procesos. Se distinguieron los efectos de la experiencia musical en diferentes niveles: en las diferencias anatómicas entre músicos profesionales y no músicos; a las diferencias funcionales sutiles después de la formación musical que se encuentran en estudios de neuroimagen y la capacidad de aprender y memorizar una melodía simple, todas estas como formas de expresión de la capacidad del cerebro de cambiar con la experiencia musical (Rauschecker citado en Peretz y Zatorre, 2012).

Con estos antecedentes neuro-anatómicos, se destaca la importancia de la relación de la música con diversos dominios cognitivos complejos como el lenguaje y la lectura y por tanto, se ha utilizado como una herramienta ideal para conocer el funcionamiento del cerebro humano. Sobre esta idea, Galván Celis, Pechonkina, Slovec y Dzib Goodin (2014) consideran que el cerebro tiene una capacidad adaptativa, los circuitos anatómicos se emplean al realizar tareas coordinadas entre dos o más idiomas, se puntualiza que el proceso cognitivo crea mecanismos que le permiten alternar tareas con el fin de responder de manera efectiva ante las necesidades del medio.

De esta manera por medio de investigaciones se tratan de explicar los efectos de entrenamiento con música a corto y largo plazo que permiten conocer la forma en que el cerebro humano está constantemente reorganizándose cuando se enfrenta a nuevas demandas o influencias ambientales determinadas (Pantev & Herholz, citados en Justel y Diaz Abrahan, 2012).

Justel y Díaz Abrahan (2012) explican lo anterior cuando definen la plasticidad como la capacidad del cerebro de modificarse para responder a nuevos estímulos o retos, de manera clara y sencilla, se puede decir que mientras hay plasticidad, se aprende y ésta se debe a procesos adaptativos fruto de la estimulación ambiental.  Lo anterior es una fuerte razón para explicar cómo la formación musical desarrolla plasticidad cerebral en las personas para la adquisición de habilidades tanto musicales como lingüísticas y de lectura.

Es por esto que las actividades musicales se han considerado como un producto de la cultura humana, como un artefacto cultural y una clave para la comprensión biológica de las funciones cognitivas humanas (Zatorre y Peretz, 2007).

Debido a esto, algunas comparaciones existentes entre la música y el lenguaje corresponden a la relación entre sus componentes: la fonología, sintáxis, semántica, incluso existen paralelismos entre las estructuras musicales, las estructuras fonológicas y prosódicas del lenguaje, estas similitudes consisten en que ambas corresponden a sonidos organizados en el tiempo. Además, tanto en la música como en el lenguaje existen estructuras de agrupación, que van desde las unidades básicas, en el lenguaje, las letras que conforman palabras, las palabras que a su vez se integran a las frases y luego versos; y en la música, está jerarquizada en notas, frases, motivos y secciones (Fred Lerdahl, citado en Pertz y Zatorre, 2007).

Se ha encontrado incluso que la sintáxis musical, es decir, el procesamiento estructural de la música se procesa en los lóbulos frontales de ambos hemisferios y las áreas adyacentes a las regiones que procesan la sintáxis del habla (Justel y Díaz Abrahan, 2012).

Al respecto Tierney y Krauss (2013) consideran que al hacer música se fortalecen otras funciones cerebrales no musicales, entre estas se encuentran: la memoria, el lenguaje, la atención, emoción vocal, lectura, percepción del habla en ruido, etc. Debido a la relación con los elementos entre la música y el lenguaje de tono, timbre y ritmo se dice que los músicos tienen una mejor codificación neural en el procesamiento de los sonidos del habla. Se puede decir que el entrenamiento musical no sólo está limitado a desarrollar habilidades musicales sino que se extienden a las competencias lingüísticas, así como habilidades de adquisición de la lectura entre éstas se encuentran: la conciencia fonológica, percepción del habla en el ruido, percepción del ritmo, memoria auditiva de trabajo y habilidades para aprender patrones de sonidos. Todas éstas están ligadas a la experiencia de la música, comparten una dependiencia de sincronía neural a nivel auditivo y se dice que la música puede mejorar las habilidades de lectura y habilidades del lenguaje y lectura.

De acuerdo con Tierney Krauss (2013) la formación musical mejora las habilidades lingüísticas y de lectura debido a los vínculos que guardan con una base biológica y evolutiva entre el lenguaje y la música. Se sugiere que a partir de esta relación, el entrenamiento musical o el uso de estrategias musicales podrían proporcionar una estrategia educativa de desarrollo eficaz para los niños incluso los que tienen problemas de aprendizaje.

Referencias:

Dzib Goodin, A. (2013). La arquitectura cerebral como responsable del proceso de aprendizaje. Revista Mexicana de Neurociencia, 14(2), 81-85.
Galvan Celis, V., Pechonkina, I., Slovec, K., Dzib Goodin,, A. (2014) Efectos cognitivos del bilingüismo coordinado en ambientes contextuales. En prensa.
García, E. Carpintero, H. (2000). La modularidad de la Mente: Aproximación multidisciplinar. Revista de Psicología General y Aplicada. 53 (4). Pp. 609-631. Universidad Complutense.  
Justel, N. y Diaz Abrahan, V. (2012). Plasticidad Cerebral: Participación del entrenamiento musical. Suma Psicológica. 19 (2). Pp. 97-108. Colombia Bogotá.
López Cano, R. (2008). Música y retórica: encuentro y desencuentros de la música y el lenguaje. Revista Eufonía. Didáctica de la música.  43. 87-99.
Kivy, P. (2007). Music, Language, and Cognition. Oxford University Press. Geat Britain.
Tierney, A., Kraus, N. Music Training for the Develoment of Reading Skills. In M. Merzenich, M., Nahum, M & Van Vleet, T. (2013). Changing Brains, Applying Brain Plasticity to Advance and Recover Human Ability. (2007) Progress in Brain Research. Academic Press. Pp. 209-241.
Peretz, I y Zatorre, R. (2007). The cognitive Neuroscience of Music. Oxford University Press. Great Britain. 
Tierney, A y Kraus, N. Music. (2013). Training for the Develoment of Reading Skills. In M. Merzenich, M., Nahum, M & Van Vleet, T. Changing Brains, Applying Brain Plasticity to Advance and Recover Human Ability. (207) Progress in Brain Research. Academic Press. Pp. 209-241.

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