Una pregunta común es ¿qué hace la diferencia entre alumnos que aprenden y
alumnos que para los maestros y los padres, simplemente no pueden aprender?.
Hace poco en una consulta profesional alguién me pidió apoyo para un niño que “no sabe nada”. Aún cuando esas palabras
no estaban dirigidas a mi, no pude más que sentir la enorme presión que ese
niño debe tener con esa etiqueta sobre sus hombros.
No hay niño que no sepa cosas, no hay cerebros vacios. Lo que si hay son
presiones sociales por que se aprenda a un ritmo y bajo condiciones que a veces
no son compatibles con las necesidades del educando. Atendí la consulta y le sorprendió
a esta profesional de la psicología el mundo que hay detrás de un niño que solo
escucha una y otra vez: ¡no puedes!.
Estoy convencida de que todos somos capaces de aprender, es por eso que
cuando diseño intervenciones educativas el primer paso es cambiar la actitud
del No es posible, por una que diga:
¡Si se puede!.
Leí una vez que la diferencia entre la psicológia rusa y la psicología de
otros países es que los rusos no miran lo que es un niño, sino lo que puede
llegar a ser, y no es dificil observar esa diferencia cultural pues tanto en
México como en los Estados Unidos me encuentro que cuando alguien dice: mi hijo es sordo, o
mi hijo tiene retraso mental, la cara de la gente cambia, su voz se vuelve sorda
y suave y surge del fondo de su corazón la expresión: ¡pobrecito!.
En cambio los rusos van a ver que es lo que ese niño sordo o con retraso
mental va a ser capaz de lograr, por que es capaz de aprender, aunque con
estrategias y con atención distintas. Y es que al cerebro le gustan los retos.
No había reparado en ello, hasta que un día abrí un libro que mi esposo
consulta continuamente, y el autor comienza diciendo: “mi palabra favorita en
inglés es cómo” y si pensamos un
momento, todo el tiempo estamos pensando en cómo hacer eso, cómo se nos ve
aquello, cómo voy a hacer eso, cómo será el mes que viene, cómo.
Y esta palabra está de manera
automatizada en nuestras mentes, hay que compartir eso con los niños ¿cómo
hiciste eso?, ¿cómo le harias para…?, pues abre la puerta a un área llamada
metacognición que permite analizar los pasos realizados para llevar a cabo una
tarea.
El problema que tenemos los adultos, es que hemos automatizado tanto las
tareas cotidianas que pensamos que son fáciles y cuando la persona que está a
nuestro lado, no puede realizar algo cómo nosotros creemos que es lo correcto
hay dos posibles respuestas: o decimos que
es tonto y no puede o, lo hacemos nosotros mismos, haciendo sentir al otro que
no es capaz de hacer eso que para nosotros es fácil.
Pero siempre que pido a un maestro o a un psicologo decirme la cadena de
pasos para hacer algo simple y cotidiano como… lavarse los dientes, tiende a
decir tres pasos: tomo el cepillo de dientes, pongo pasta sobre las cerdas y me
cepillo… bueno, para un niño esto no es informativo. ¿quizá el niño no tenga la
menor idea de que es un cepillo de dientes?, ¿pasta de dientes?.
Es entonces que me surge la idea de las micro tareas, acciones pequeñas
pero concretas que llevan a la meta. Pénsemoslo en este sentido, es un diseño
estructurado para llevar a cabo una acción. En lugar de decirle al niño con voz
firme y convencida, que se mezcla con una cara seria: HAZ LA TAREA, palabras que suenan a regaño, y horas de
aburrimiento, se sugiere hacer una plan de acción: ¿qué es lo que tienes que
hacer de tarea?, ¿qué necesitas para hacer la tarea?, ¿qué apoyos te hacen
falta?, ¿qué materiales necesitas?, ¿dónde los consigues?.
Por ejemplo hacer una suma, no es solo juntar números, es comprender el
grado de dificultad de la tarea, esto se hace antes de comenzar a sumar, luego
separar unidades, decenas y centenas, hacer las operaciones para cada una y finalmente
cotejar el resultado. Cuando la suma no está bien hecha, no implica que el niño
no sabe sumar, sino que alguno de los pasos de la tarea, puede tener un error. De
ser así, se le pide al niño que revise cual paso es el incorrecto, con frases
como: “tal vez un número quedó perdido por ahí” o bien, "todo está bien, excepto
un pequeño detalle”. Eso le enseña al niño a auto corregir su ejecución.
El otro aspecto es que la motivación va de la mano de la autoestima. No hay
situación más triste que ver a un niño que se ha puesto la etiqueta de No puedo. Quiza no puede hacerlo como lo
hace un adulto, ¿tal vez sus manos sean más pequeñas?, ¿tal ves sea menos
rápido?, ¿tal vez no sepa los requerimientos de la tarea?.
Es por eso que no creo que haya niños que no sepan nada o que no puedan
aprender, más bien, habemos adultos que no sabemos explicarles cómo hacer las cosas y la forma en que lo
hacemos lastima a los niños, diciendo: no puedes, no sabes, no es posible que
seas tan tonto.
Pero, no piense que el remedio es ir al otro extremo y decir todo el tiempo
que el niño es increiblemente inteligente, ya que más de tres décadas de
investigación indican que sobre estimar
esas conductas que creemos que son inteligentes
en los niños, los deja vulnerables ante el fracaso, temerosos ante los retos y
el aprendizaje.
Es por eso que se sugiere centrarse en el esfuerzo realizado ante la tarea,
más que en la inteligencia o el talento. No se percibe del mismo modo una frase
como: ¿Qué te hace falta para hacerlo mejor?, o “yo creo que fue un gran
esfuerzo, pero quizá un eslabón en la cadena de tareas este equivocado”, a
“eres un tonto”.
Piense en la realización de tareas como un equipo de trabajo. Un equipo
tiene todo tipo de formas de resolver un mismo problema. Algunos comprende todo
el procedimiento, pero se especializan en algún aspecto. Mi ejemplo favorito es
un equipo de beisbol. Quien es un buen
pitcher, usualmente no es un buen robador de bases, o el catcher, usualmente no
hace un buen trabajo en tercera base.
Bien, un buen equipo de trabajo requiere que todos los miembros conozcan y
comprendan la tarea a realizar, y sobre todo aceptar que puede haber
diferencias, pero nunca puede haber falta de respeto. Y es que una buena
relación entre el niño y el apoyo, ya sea maestro, padre de familia o par, ayuda
al equipo a hacer un mejor uso de la experiencia y a crear una buena cohesión
de grupo.
En este sentido, cabe señalar que la motivación se relaciona con la
memoria. El estudiante no recuerda que fue lo que hizo mal para que lo
ridiculizaran o sus ideas no fueran bien recibidas, lo único que va a recordar
es que no lo hizo bien.
Por ello, los expertos sugieren establecer metas claras en la realización
de tareas, sea la lectura de un cuento o un trabajo de ciencia, resolver los
tropiezos cuando se van presentando, brindar suficiente retroalimentación y permitir
que el estudiante quiera saber más.
Finalmente, añado otro ingrediente, que son los esterotipos. Y es que las fallas en la ejecución, no
necesariamente se deben a la falta de habilidad sino a reflejos sociales, a
veces de los mismos padres o maestros, por ejemplo en el tema de las
matemáticas, es fácil hacer el comentario: “no espero que sean matemático o
físico, yo nunca entendí esas asignaturas”.
Esto porque los estereotipos pueden desmotivar a los alumnos a seguir sus
sueños, por ejemplo: las mujeres no son buenas conductoras de autos, o algunos
grupos migrantes son aptos para tareas específicas o bien, los intelectuales
tienen ciertos rasgos faciales. Trabajar en contra de los estereotipos
culturales no es tarea fácil pero puede darse un paso a la vez.
La motivación en el aprendizaje no requiere grandes esfuerzos, es una
sonrisa, un “que bien lo hiciste”, es una pregunta; ¿qué se siente haber
completado la tarea con éxito?, ¿me enseñas a hacer eso?, ¿cómo lo hiciste?. Es
brindar la confianza al estudiante de que su actuación es observada sin ser
juzgada.
Poco a poco se pasa de la motivación extrinseca, es decir la que brindan
las personas alrededor, a la motivación intrinseca, que es la automotivación,
con frases como: ”que bien me quedó esto”, “soy muy bueno en esto”, “yo puedo”.
Cuanto más automotivado esté un estudiante, mayor será su nivel de compromiso a
las tareas, y al mismo tiempo, su tolerancia a la frustración será mayor.
Lo explique bien ¿verdad?
Referencias
Berkun, S. (2008) Making things
happen: Mastering project management. O´Reilly. USA.
Dweck, CS. (2007) The secret to raising smart kids. Scientific American Mind. 18 (6) 36-43.
Dzib Goodin, A. (2011) La búsqueda del talento: el santo grial. Disponible en red: http://neurocognicionyaprendizaje.blogspot.com/2011/12/la-busqueda-del-talento-el-santo-grial.html.
Haslam, SA., Salvatore, J., Kessler, T. and Reichner, SD. (2008) The
social psychology of success. Scientific
American Mind. 19 (2) 24-31.
Kozlowski, SWJ. and Ilgen, DR. (2007) The science of team success. Scientific American Mind. 18 (3) 54-61.
Sinclair, RC. and Mark, MM.
(1995) The effects of mood state on judgemental accuracy: processing strategy
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9 (5) 417-438.
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