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Todos
en algún momento hemos tenido una pérdida,
ya sea un divorcio, la muerte de una mascota, la pérdida de un empleo,
el fallecimiento de un ser querido, la amputación de algún miembro del cuerpo, la
pérdida de la salud, el secuestro de alguien muy cercano, etc.
En
otra entrada se había comentado que la tanatología es el estudio del proceso de
la muerte, sin embargo, la tanatología abarca un amplio aspecto, no sólo ve al
paciente en fase terminal sino también brinda apoyo a la familia y a cualquier persona
que vive un duelo ocasionado por una gran pérdida.
Muchos
se preguntarán ¿qué es el duelo?
Sigmund
Freud (1917) indicó que el duelo es una reacción normal a la pérdida de una
persona amada o a la pérdida de alguna abstracción que ha tomado el lugar de
aquella persona tal como la libertad, la patria o una idea.
Jorge
Montoya Carrasquilla (1998) señaló que en ninguna otra situación como en el
duelo, el dolor producido es total; es un dolor biológico (duele el cuerpo),
psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de
ser), familiar (nos duele el dolor de otros) y espiritual (duele el alma). En
la pérdida de un ser querido, duele el pasado, el presente y especialmente el
futuro. Toda la vida en su conjunto duele.
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El DUELO es la vivencia penosa y dolorosa
que es provocada por todo aquello que ofende a nuestro impulso vital, el duelo
expresa una serie de reacciones y de actitudes consecutivas a la pérdida.
Jorge
Bucay (2003) comenta que elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el
vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y
soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.
Durante
este proceso se viven diferentes etapas:
a. Negación. Es
una defensa temporal que permite amortiguar el dolor ante una noticia
inesperada “¡esto no me puede estar pasando a mí!”, “no es cierto, tiene que
ser una broma”.
b. Ira. La negación es
sustituida por la rabia, el resentimiento, la envidia. Comienza uno a
preguntarse el por qué “¡no es justo!
¿por qué a mí?”. En esta fase la ira se desplaza en todas direcciones, aun
injustamente. Posteriormente, pueden responder con culpa, vergüenza, dolor o
lágrimas.
c. Negociación.
Ante el conflicto de afrontar la difícil realidad, aunado al enojo con las personas
y con Dios, surge esta fase en la que se intenta llegar a un acuerdo con uno
mismo y/o con el entorno para intentar superar la situación.
d. Depresión.
Una profunda tristeza que invade a la persona porque se da cuenta que lo
sucedido ya es un hecho innegable “estoy muy triste, ¿qué sentido tiene el
seguir adelante?. Es un estado temporal y preparatorio para la aceptación de la
realidad.
e. Aceptación.
Quien ha pasado por las etapas previas en las que pudo expresar sus
sentimientos vislumbrará el futuro con más tranquilidad, ha comprendido que no
hay marcha atrás a lo ocurrido. Esto no quiere decir que sea una etapa feliz,
éste es sólo el principio para que la persona siga su vida y busque un objetivo
que cumplir el cual será un gran estímulo que alimentará su esperanza.
Todas estas etapas permiten llevar un duelo
sano a término, el llorar la pérdida desahoga y va tranquilizando. Llorar es
liberador aunque se crea que es lo contrario. Durante el duelo (muchas de las
veces) se obliga al doliente a recuperarse o se le dice que no llore, que siga
adelante, pero el forzar a la persona a mirar el lado positivo de las cosas no
le permite llevar su propio proceso. Por eso es importante que cada uno de
nosotros se dé un tiempo y espacio para ir trabajando cada una de estas fases,
no tengamos miedo de vivir el duelo, ya que éste es algo natural, temporal y es
sano vivirlo.
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