miércoles, 12 de marzo de 2014

Convivencia con adolescentes


 Por Dolores Luna Hogan y Alma Dzib Goodin

¿Cuántas veces los padre se sientan con los hijos a escucharles y comprender  sus necesidades y viceversa?

Los padres son el principal anclaje de los hijos en la sociedad, es por ello que para desarrollar una buena convivencia con los adolescentes, es importante crear relaciones sanas desde antes de nacer. Un hijo que mira violencia, va a responder con violencia, un hijo que nunca ha tenido una tarde de juego con sus padres, probablemente se va a revelar en contra de las imposiciones por su comportamiento o su forma de vestir.

Irremediablemente hablar es ponerse en el lugar del otro y eso produce un punto de encuentro, es por ello que hay que comprender que se habla con los hijos  a quienes muchas veces no se les conoce, solo se toma por sentado que están ahí: Eres mi hijo, al cual no conozco y  en el mismo sentido los hijos dicen: eres mi padre, al que no sé cómo tratar.

¿Cuántos de ustedes pueden decir el color favorito de sus hijos? ¿Cuántos saben la canción con la que sus padres se enamoraron?, ¿cuántos saben el nombres de los hermanos de los mejores amigos de sus hijos?, ¿Cuántos de los chicos saben el nombre de la primera mascota de su madre?

Ser adolescente no es fácil, el mundo entero cambia, ellos cambian, el cuerpo se cubre de vello, la voz se vuelve ronca, el cuerpo crece,  se quiere lucir bien, se siente una explosión hormonal y frente a todo ello, los padres no los entienden, o los tratan como al bebé que han criado por años, o bien como al adulto responsable que quieren que sea, es complicado encontrar el punto medio.

Históricamente la adolescencia es una invención del siglo XX, ya que no había existido antes. Como todas las novedades, lleva tiempo acostumbrarse a ella. Se trata de una invención desconocida todavía en la mayor parte del mundo, porque a la edad en que hoy en día se declara inaugurada la adolescencia, la mayoría de las mujeres en África, India y China, están casadas y tienen hijos. Los hombres de esa edad trabajan desde pequeños y sus responsabilidades adultas empiezan muy pronto.

Se conoce de esa manera porque socialmente se toman dos actitudes no solamente contradictorias, sino conflictivas. Por una parte cuentan con rasgos que los convierten en adultos, como por ejemplo la capacidad reproductiva. Por otro lado, la Educación la familia y las leyes aún los catalogan como niños. Es por ello que no todo es culpa del adolescente, sino del conflictivo manejo que se le da.

Un buen día el bebé crece…

Los niños suelen mitificar tanto a los padres como a los maestros: consideran que los padres pueden hacer y arreglar todo, al mismo tiempo que creen que los padres lo saben todo y pueden resolver cualquier problema, en parte porque no importa lo que necesite el chico, lo va a obtener...

Pero al comenzar la adolescencia se empiezan a dar cuenta que en realidad no son omnipotentes, que cometen errores, que no le pueden dar todo lo que pide  y que no saben todo. En estos momentos el adolescente comienza a crecer frente a los padres.

La personalidad en la adolescencia cambia rotundamente y los padres quedan sorprendidos con el cambio que presentan. Una de las características más comunes es que comienzan a encerrarse en su mundo, dejan de contar sus cosas y en la mayoría de los casos, si se insiste en hablar, se retraen aún más.

La personalidad del adolescente posee gran espíritu de aventura, les gusta vivir sus propias experiencias para sacar sus conclusiones. No les sirven de nada los consejos que les den los demás  y menos si se les dice que no hagan tal cosa: si ellos quieren hacerlo, lo harán, a pesar de quien sea y a veces, cómo sea.

Otra gran característica de los adolescentes es la mezcla del sentimiento de independencia que presentan y la necesidad de seguir siendo dependientes. Por un lado, no quieren ser tan controlados, no quieren que se les impongan normas ni horarios y por otro, sienten miedo de independizarse, con un sentimiento de inseguridad y temor.

Todos los adolescentes se sienten incomprendidos por los adultos en algún momento, pero esta radica en la incomprensión de sí mismos. El adolescente siente que debe romper las normas sin importar que estas sean estrictas o flexibles, cada vez se van diferenciando más los intereses de padres e hijos y, de esta forma, tratan de establecer su propia identidad.


En este sentido, ser padre de un adolescente es mirar como el bebé que un día tiernamente tomó su mano y aceptaba sin protestar las guías para convertirse en un ciudadano de provecho, desaparece, casi de la noche a la mañana, ¿Quién es esta persona que vive bajo mi techo y ahora me enfrenta?, ¿qué se supone que debo hacer cuando en lugar de verle jugar tranquilamente en la sala, pide salir con sus amigos que parecen sacados de un capítulo de South Park?

Comienza el choque generacional, los padres se molestan por las faldas cortas y la música estruendosa, y ni que decir del vocabulario adolescente que parece solo un balbuceo . Surge el pánico por el consumo de drogas, los embarazos no deseados, las enfermedades de transmisión sexual. Es como un paquete que no se desea recibir en casa, para el cual muchas veces no se está preparado.

Pero no se debe olvidar que en algún momento de la vida, todos pasamos por ello, como padres tendrán que recordar sus batallas personales y como adolescentes, vale la pena que reflexionen que si un día tienen hijos, éstos les tratarán como ahora ustedes tratan a sus padres.

Lo mejor es evitar las batallas, desarrollar la comunicación afectiva, los puntos de acuerdo, los apoyos mutuos, pero estos no pueden desarrollarse a modo de estrategia de control, deberán existir desde mucho antes, para tener claro el papel y el lugar de cada uno.

Ni los padres son los neuróticos que muchos jóvenes creen, intentando controlar la vida de todos, ni todos los adolescentes son unos salvajes que destruyen todo a su paso, muchos encuentran caminos de expresión en el arte, la ciencia o la tecnología, pero para ello deben tener el ambiente adecuado.

De entrada, debe comprenderse que no hay forma de evitar los conflictos, así es que lo mejor es aceptar que necesitan límites que les obligan a situarse, a conocer sus derechos y obligaciones. Los límites les dan seguridad y confianza, aunque respondan con rebeldía. Para poner esos límites hay que distinguir entre necesidades y caprichos y recordar que el adolescente es insaciable.

Los límites irán en función de la edad pero siempre deben tener un límite para el uso de la computadora o la televisión o los video juegos, por lo que se sugiere que nunca debe estar en su habitación; para ir a dormir y para el uso del celular (a la hora de acostarse debe quedar apagado).

Un punto clave es el ejemplo, los niños aprenden por modelos y los padres son los modelos a imitar, por eso tienen que mostrarse seguros, con confianza en lo que dicen y hacen y ser coherentes. La credibilidad se gana con hechos y esto es un punto clave siempre.

Es entonces que el lenguaje adquiere un papel primordial en la relación con los chicos, en esta etapa necesitan más que nunca que sean potenciadas sus habilidades y se comprendan  sus defectos porque se sienten muy inseguros. Por ello no se debe centrar sólo en sus éxitos y fracasos escolares porque es sólo un parte de su vida.


Es por ello que los padres deben intentar no mostrar actitudes contradictorias, pero si en algo son muy diferentes la regla básica es que si un padre llega con una discusión con el adolescente ya iniciada, deberá respetar lo que esté diciendo el otro padre. En caso de separación, los hijos se tienen que adaptar a las normas de cada casa.

Si el adolescente estalla, no debemos entrar en la provocación, no es momento de dialogar porque no van a escuchar, lo único válido es mostrarse tranquilos, firmes y seguros. Podemos decir: “Si no vas a escuchar mis argumentos no los escuches pero te marco este límite. Cuando estés con otra actitud, hablamos”. En los momentos de presión no debemos ceder ni querer hacer de buenos. No podemos ser sus colegas ni sobreprotegerlos.

Es por ello que el diálogo siempre tiene que estar presente, pero no lo arregla todo, depende de las circunstancias. No es momento para dialogar cuando los chicos estén empeñados en conseguir algo, cuando acaban de pelearse, cuando están muy irritados, o cuando les resulta imposible justificar alguna acción que acaban de tener, en ese momento dialogar es la peor estrategia, lo mejor es dejarles con su enojo.

Por el contrario, es momento de dialogar cuando están tranquilos y descansados, cuando hay un clima relajado y afectivo, cuando están de buen humor, cuando  se les acaba de felicitar por algo que hayan hecho o cuando están de verdad arrepentidos.

 Los adolescentes hablan más cuando no miran a la cara de su interlocutor, por lo que los viajes en auto son buenos momentos para el diálogo.

A pesar de toda la comprensión que se les puede proporcionar, en algún momento se han de imponer castigos, aunque éste siempre debe ser proporcional al hecho en sí, corto en el tiempo y lo más inmediato posible al hecho que lo ha causado. El mejor castigo es el que le quitas algo que a ellos les resulta positivo (por ejemplo el uso del celular, la computadora, o salir con los amigos), pero  se les ha de dar la posibilidad de recuperarlo en el tiempo a través de un cambio de conducta; eso sí, para seguir disfrutándolo lo tendrá que demostrar cada día.

 
Para finalizar, cabe mencionar que siempre hay que estar atentos a actitudes extrañas, fuera de sus conductas habituales, en especial a los cambios drásticos en su forma de comportarse y en su estado de humor, a los primeros signos de violencia, a un cambio repentino en el rendimiento escolar o cambio de amigos o compañeros conflictivos hay que actuar y no esperar a que las cosas se salgan de control. A veces preguntar por sus cosas puede ser considerado una intromisión, pero no debe dejarse sólo pues en ocasiones, no son capaces de compartir sus problemas. Es por ello que ha de buscarse maneras de apoyar, aun a la distancia, hasta que el chico mismo pide consejo o ayuda.

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